Jack Brabham, el mecánico ganador
Es el Mundial de Resistencia de 1970. Entrenamientos de Daytona. De pronto, el espectacular sonido del motor V12 de uno de los Matra deja de oírse. En el box del equipo francés cunde el miedo. En esta época los accidentes, y muy graves, están a la orden del día. El ingeniero Gerard Ducarouge pregunta a uno de los organizadores «No problem», le contesta, pero ni piloto ni coche vuelven al box. Por fin llegan las explicaciones: el coche está parado al otro lado de los boxes, en el ‘paddock’, junto al estand del proveedor de bujías. El piloto le ha pedido la llave para quitar las bujías pues quería ver el estado de los electrodos ¿Su nombre? Jack Brabham, y en su bolsillo ya un palmarés con tres títulos de campeón del mundo de pilotos (1959, 1960 y 1966) y el título de sir concedido por la reina de Inglaterra. Por cierto, que aquel día de finales de noviembre de 1966 en que se le concede la Orden del Imperio británico, al salir del palacio de Buckingham el motor de su coche dejó de funcionar: Brabham levantó el capó y se puso manos a la obra.
Con un rudo carácter formado en las carreras de Midgets, en circuitos de ceniza donde el espíritu era el de un salvaje rodeo, los títulos nunca cambiaron el alma de mecánico de este australiano. Su modestia era sincera. En 1960, nada más ganar su segundo título, un periodista le pregunta quién es el mejor piloto del mundo: «Stirling Moss», contesta sin dudar. Brabham era el antihéroe, totalmente alejado de las banalidades y con una idea muy clara: ganar con sus propios coches. Porque en realidad había dos hombres en uno, el piloto y el creador dueño de equipo. En 1961, y ya con dos títulos en el bolsillo con Cooper, logra solo cuatro puntos. En realidad su mente está en otro garaje donde, a espaldas de John Cooper, en la clandestinidad, construye con Ron Tauranac su primer Brabham de Fórmula Júnior.
Prefería hacer progresar sus Brabham, paso a paso, que ganar al volante de un Lotus. La prensa le trata sin piedad: «Es increíble que Brabham siga pilotando a los cuarenta años», dicen. Da igual, tiene fe en sí mismo y llega 1966, su gran año. Los monoplazas Brabham utilizan motores Repco en F1, y Honda, en Fórmula 2. En F2 ganan doce de trece carreras, y en la 1…
Esa temporada el taciturno Jack se permite una de sus pocas bromas: ante las críticas de la prensa por su edad, responde presentándose en el Gran Premio de Holanda con una barba blanca postiza y apoyándose en un bastón. Y gana, como lo hará en otras tres ocasiones esa temporada, para coronarse campeón del mundo doblando en puntos al segundo, John Surtess, de Ferrari.
En 1970 ha construido el Brabham BT 33. Es tan bello que no quiere dejar de correr con él. Tiene ya 44 años e inicia la temporada ganando el primer Gran Premio, el de Sudáfrica, en Kyalami. En el Jarama va segundo cuando su motor se rompe. En Monaco domina la carrera y en la última curva sigue recto, se estrella contra las pacas de paja y deja pasar a Rindt: «Un error de juventud», titula la prensa. En Spa le aparta del triunfo una rotura de embrague, y en el Gran Premio de Inglaterra, en Brands Hatch, va primero en la última vuelta cuando el motor se para falto de gasolina.
Una serie de abandonos le empujan a tomar la decisión de retirarse. «En carrera voy tercero tras los Ferrari de Ickx y Regazzoni. Mi coche vuela como un pájaro. La vida es bella. De pronto mi motor se rompe y me quedo anonadado. No quiero ya volver a sentir esta amargura».
Jack se baja del coche, vende el equipo a Tauranac y se vuelve a Australia a cuidar su granja, un garaje Ford y una empresa de alquiler de aviones: fue el primer piloto que se desplazaba a los grandes premios pilotando su propio avión. El pasado 19 de mayo, sir Jack Brabham se retiraba definitivamente de este mundo, 44 años después de bajarse de su coche en México, y ya sordo, pues nunca utilizó protectores para poder escuchar así el sonido de los motores.